Llegó a utilizar las tarjetas de crédito de su víctima para realizar algunas compras. Fue ese detalle, el hecho de que Cavallé utilizase esas tarjetas y que cuando las devolvió al billetero las colocó de una forma diferente a la que habitualmente las guardaba la mujer, lo que hizo que esta sospechase y descubrieses lo que el joven estaba haciendo con ella. Le denunció, fue a juicio, fue condenado y ahora el Tribunal Supremo ha ratificado la sentencia de dos años.
El jarro de agua fría que ha caído sobre este personaje coincide con su estrategia de denunciar, de una forma casi indiscriminada, a la prensa que hemos ido informando en los últimos años de sus andanzas criminales. Una veintena de periodistas, especialmente de televisión, hemos sido denunciados por revelación de secretos. Para Cavallé que la prensa difunda las fotos que él ha publicado en sus redes sociales es delito. En fin, que la andadura criminal de este joven puede acabar donde él nunca se lo hubiera imaginado cuando empezó a seducir a jóvenes con el único objetivo de sonsacarles, con milongas y engaños, dinero o regalos.
Las víctimas de Cavallé ya han puesto el cava en la nevera. Sus abogados tendrán que emplearse a fondo mientras que él sigue paseándose por las televisiones intentando reconducir y blanquear una imagen que las sentencias firmes sitúan en otra esfera, probablemente más próxima a la realidad del personaje. Por cierto, hablando del "personaje", al cierre de este artículo leo en el diario 'El Mundo' una entrevista con Cavallé en el marco de una reportaje sobre pícaros y estafadores. Su titular, absolutamente delatador: "Albert Cavallé, el estafador del amor: Yo las llevo a comer bien, y las follo bien".
Sin comentarios.
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